October 7 > Festival Nova > Era como si los terroristas jugaran a la escondida con nosotros
Sí, la del sombrero soy yo.
Pensé mucho si ponerme a escribir algo. Imposible explicar el dolor; mi corazón está hecho pedazos, la vida no será la misma sin tantas personas que quiero y ya no están conmigo.
Empezaré diciendo que estoy "bien".
Mi corazón se va a reponer cuando vuelvan a mí mis amigos y la pregunta fundamental "¿dónde están?" tenga respuesta.
Mi historia comenzó al amanecer, cuando mi amiga me cargó sobre sus hombros y de pronto empezamos a ver misiles y a escuchar explosiones.
Pararon la música y nos dijeron: “muchachos, esto no es broma ni un sueño. Hay sirenas de “alerta roja”, tírense al suelo”.
Recuerdo que a esta altura todavía nos decíamos, “está todo bien, va a volver la música”.
Pensé que podía actuar como una valiente y "volvimos" a nuestras tiendas de campaña para empacar nuestras cosas. Poco a poco el panorama se fue aclarando y nos dimos cuenta de que nos llueven bombas y hay que salir corriendo. Sufro un ataque de pánico camino al auto: se me agarrotaron las rodillas, me quedo paralizada y sin aliento.
Mis amigos estuvieron a mi alrededor todo el tiempo y tengo que reconocer que fueron ellos los que me devolvieron a la realidad.
"Era como si los terroristas jugaran a la escondida con nosotros. No los veíamos, era imposible entender desde dónde te disparaban, solo veíamos a la gente cayendo."
A estas alturas nos informan que hay terroristas fuera del Festival y a quienes intentan irse les disparan desde allá. La gente empezó a correr, los coches siguieron avanzando, nadie entiende realmente lo que está pasando. La policía dice que el lugar está rodeado de terroristas y soldados y es mejor no salir. Escuchamos disparos, pero aún imaginamos que es el ejército y todavía no entendemos qué ocurre afuera. Regresamos al área del festival. Me llevaron donde estaba el puesto de seguridad destinado a proteger el evento. Allí me recibió una policía llamada Yamit; ella me aseguró que todo iba a andar bien; llamé a mi mamá para decirle que la amo y que no sé si saldré de esta. Al cabo de unos minutos oímos unos alaridos: los terroristas habían entrado. Se escuchaban gritos de heridas de bala, la gente caía a diestra y siniestra y ahí fue como empezó la pesadilla. Empiezo a ver las balas, a escuchar cómo pasaban a mi lado, desde todas partes, todo el tiempo. Era como si los terroristas jugaran a la escondida con nosotros. Ellos se posicionaron creando una especie de pasadizo y simplemente disparaban desde todas direcciones. No los veíamos, era imposible entender desde dónde te disparaban, solo veíamos a la gente cayendo.
Es imposible explicar con palabras el miedo, la impotencia, el entender que es aquí donde termina mi vida. Mi principal frustración fue ver a los mismos "encargados de la limpieza" seguir trabajando; moviéndose entre nosotros con sus chalecos amarillos como si fueran camino al supermercado. Parecía que desde el principio supieran lo que iba a pasar.
Al principio nos escondimos entre las tiendas de campaña, intentamos pensar adónde más podíamos escaparnos y decidimos correr hacia el coche. Ahí nos juntamos Kate, Lina, yo y otro chico que pidió unirse porque no había forma de salir. Iniciamos el viaje buscando otros vehículos; "fuimos de los últimos en quedar en el estacionamiento"... más tarde entendimos por qué.
Nos pegamos a un vehículo negro que terminó yendo directamente hacia un escuadrón de terroristas en cuatrimotos; Kate logró dar la vuelta mientras de una camioneta nos arrojaban un explosivo a la ventana.
Después que logramos tomar otro camino y mientras teníamos el coche en movimiento, empezaron a dispararnos desde todas direcciones. Nuestro objetivo general era entrar en una carretera; giramos a la derecha en la intersección y pudimos salir hacia la ruta 232, la salida del festival. Ahí nos dispararon con ametralladoras. Vimos cuerpos en los coches, cuerpos en el suelo y no nos quedó más remedio que acelerar y atropellarlos para salvar nuestras vidas.
Más adelante vimos que los terroristas habían bloqueado el camino, por lo que Kate giró a la derecha hacia el descampado; casi volcamos dos veces pero gracias a la destreza al volante de Kate, salimos ilesos de esa. Nos dimos cuenta de que el auto estaba arruinado pero nosotros seguíamos y no nos había alcanzado ni una bala, sólo a las ruedas y al auto en sí. Nos bajamos y nos escondimos en el campo, durante siete horas, en un arbusto espinoso, con media botella de agua. Durante siete horas escuchamos los silbidos de las balas, vimos cómo caían en la arena bombas y restos de misiles. Durante siete horas estuvimos dentro un campo de batalla, nuestra ubicación era entre Beerí y Reím. Llamamos a la policía, a todas las fuerzas de rescate posibles y nos colgaban el teléfono. Nadie vino a rescatarnos, nadie nos escuchó. Más tarde nos dijeron que el Servicio de Seguridad conocía nuestra ubicación, pero que el lugar estaba infectado de terroristas y era imposible acercarse por ahora.
Pasadas cuatro horas y media nos encontraron unos árabes armados. El chico que estaba con nosotras inmediatamente se enfrentó a ellos para que no tuvieran tiempo de vernos.
Les habló en árabe, pidieron agua y cigarrillos y se fueron. Después de dos minutos escuchamos que el auto lograba arrancar y se alejaba - se lo robaron.
Después de siete horas de estar ahí tirados, deshidratados, asustados, orando a Dios para que alguien viniera, sonó el teléfono de Kate. Era un tipo llamado Elad L.
Tomé el teléfono y lloré que le ruego que venga. Nunca le rogué así a alguien. Me dijo que me mantuviera en la línea y que ya estaba en camino. Nos sacó de allí con su camioneta y otro chico cuyo nombre no sé, mientras todo seguía todavía lleno de terroristas.
Nos dio agua y nos dijo que bajáramos las cabezas hasta que lleguemos, que no miráramos hacia fuera para no ver los cuerpos.
Nos dejó en un punto de reunión desde donde nos llevaron en autobús a Beer Sheva. Allí mi padre me estaba esperando.
Y aquí termina mi historia.
Rotem Y.