top of page

Testimonio de sobrevivientes

Leer siguiente

Desaparecidos, muertos o secuestrados

  • Amir T.'s story

Los terroristas se movían libremente por entre las casas, dispararon sin parar a nuestra casa

Inicialmente, solo hubo una sirena de advertencia. Era poco después de las seis de la mañana y mi esposa Miri se despertó con un ruido familiar: el silbido de un misil entrante. No escuchamos ninguna alerta, pero fue suficiente para correr hacia el refugio, que en nuestra casa en el kibutz Najal Oz, también sirve de dormitorio para nuestras hijas. Galia, de 3 años, y Carmel, de 1. Ellas estaban durmiendo; recuperándose después de un día de paseo por la hermosa zona en la que vivimos. No queríamos despertarlas, pero comenzamos a empacar algunas cosas. Pensamos que iba a ser otro de esos días a los que estábamos tan acostumbrados: algunos misiles, un buen rato encerrados en la habitación refugio y luego al coche y a salir con las niñas para el centro del país.


Aproximándose las siete de la mañana, junto con el constante tumulto de sirenas y explosiones, escuchamos por primera vez un sonido escalofriante: disparos de armas automáticas en ráfagas. Inicialmente desde lejos, en los campos, luego más cerca, en el camino, y al final, concretamente dentro de nuestro vecindario, al lado de nuestra casa. Al mismo tiempo, gritos en árabe. Comprendimos de inmediato lo que había pasado: la peor de las pesadillas se había hecho realidad. Terroristas armados de Hamás se infiltraron en el territorio del kibutz, y ahora circulan por nuestro terreno, arremeten a nuestras puertas mientras nosotros estamos encerrados dentro con los niños.


Nos mudamos a Najal Oz hace 9 años, justo después de una operación militar que se llamó "Tzuk Eitan". Nos sentimos atraídos por el kibutz debido a la combinación de sionismo y el deseo de vida comunitaria. La nuestra fue una decisión inusual: una joven pareja de Tel Aviv se aventura a trasladar su vida a un kibutz, ni más ni menos que en la frontera con Gaza.


Nuestras familias estaban orgullosas de nuestra decisión y Najal Oz se convirtió en nuestro hogar. Nos casamos allí en 2016, a solo unos cientos de metros de la valla fronteriza. También regresamos después de un período de tres años en los Estados Unidos, cuando yo era corresponsal del periódico "Haaretz" en Washington. La decisión de regresar al kibutz en 2020 fue aún más importante que la decisión original de mudarnos allí: fue la elección inequívoca de transformar los agradables senderos, los hermosos céspedes y la comunidad circundante en nuestro hogar. Para siempre.


Los sobresaltos por las alarmas de la "alerta roja" siempre se vieron opacados por las enormes ventajas de la vida comunitaria y el ambiente pastoral.


Vivimos innumerables alarmas rojas durante nuestros años en el kibutz. También éramos conscientes de la amenaza que representaba la aparición de aquellos globos multicolores, aparentemente inofensivos pero cargados de explosivos, y del subsecuente olor a humo procedente de los campos incendiados cuando uno de esos globos lograba su cometido. Todo esto no fue lo suficientemente amenazante como para hacernos olvidar los enormes beneficios de la vida comunitaria y la feliz experiencia de vivir en un kibutz, especialmente con dos niñas pequeñas que pueden ir caminando a su jardín de infantes diariamente, para luego correr a comprarse un helado en el minimercado. Por todo y a pesar de todo, nuestra vida allá fue como un sueño. Pero el 7 de octubre de 2023 nos enfrentamos a una amenaza completamente diferente. Una amenaza contra la que, nos aseguraban, estábamos protegidos.


En la época en la que nos mudamos al kibutz, "túnel" era la palabra más amenazante. No obstante, sabíamos que podíamos estar tranquilos porque el gobierno invirtió miles de millones de shekels en un obstáculo subterráneo diseñado para neutralizar esa amenaza y permitirnos así dormir en paz. Ese sábado por la mañana, nos dimos cuenta de que el famoso “obstáculo” resultó en realidad como fue en su momento la "Línea Bar-Lev" - el frente destinado a impedir que las tropas egipcias irrumpieran en territorio israelí luego de cruzar el Canal de Suez. Y ahora, nuestra generación está reviviendo el desastre de la guerra de Yom Kippur. Israel derramó un mar de cemento para construir un muro en las entrañas de la tierra y Hamás le pasó por encima simplemente con motocicletas, minitractores y furgonetas.


Vuelvo a la descripción de nuestra experiencia encerrados en la habitación refugio. Al principio se cortó la electricidad. Una oscuridad absoluta. Usamos nuestros teléfonos para iluminar y al mismo tiempo leíamos los mensajes de los vecinos en el grupo de WhatsApp del kibutz. Los terroristas deambulaban sin obstáculos por entre las casas, entraron en algunas de ellas, dispararon incontables balas a la nuestra. Las niñas se despertaron por el estruendo. Les explicamos que ahora tenían que estar calladas, acostadas en la cama y esperar. Para nuestra sorpresa, cooperaron por completo, demostrando una madurez que no creíamos que pudiera existir a tan corta edad. No teníamos comida en el refugio ni linterna. A los residentes del norte del país que están leyendo ahora este artículo, les digo: por favor prepárense con anticipación para cualquier escenario, por más imposible que parezca. No caigan en lo que caímos nosotros.


"Me decían que lo que sucedió en Najal Oz, sucedía en muchas otras ciudades, kibutzim y campamentos militares de la zona. "

También comenzó a esfumarse la recepción celular. En los pocos momentos en que la comunicación fue posible, actualicé a mis padres sobre la situación, así como a mis colegas Amos y Viniv, encargados del ámbito militar en "Haaretz". Agradezco a ambos por sus esfuerzos durante toda la mañana para poner al tanto sobre los eventos en Najal Oz a los principales oficiales del ejército. La información actualizada que me enviaron de vuelta sobre lo que pasaba fuera nuestro kibutz me dejó claro cuán grave era nuestra situación. Me decían que lo que sucedió en Najal Oz, sucedía en muchas otras ciudades, kibutzim y campamentos militares de la zona. Comprendimos que llevaría mucho tiempo hasta que alguien llegue a salvarnos. Mientras tanto, afuera, junto al protector de hierro de nuestra ventana, continuaban los disparos.


Pasaron horas de incertidumbre. Horas difíciles y angustiantes. No sabíamos qué estaba pasando en el kibutz y ni siquiera nos veíamos en la oscuridad que reinaba dentro. Las niñas se portaron como verdaderas heroínas. Permanecieron sin comida en un silencio perfecto y esperaron. De vez en cuando nos pedían que abriéramos la puerta para salir a jugar a la sala de estar pero pacientemente les explicábamos que era imposible. Que salir era peligroso. No sabíamos si los terroristas habían logrado entrar en casa. De repente, escuchamos el sonido de un dron en el cielo y fuertes explosiones. Esperábamos que fuera la Fuerza Aérea disparando contra el sinnúmero de terroristas invadiendo nuestro vecindario, pero no teníamos forma de saberlo.


Un mensaje en el teléfono nos regaló un hilo de esperanza: mi padre, el Mayor de reserva Noam Tibon de 62 años, nos escribió que se venía con mi madre para el kibutz. Cómo llegarían, no teníamos idea. Pero así como nuestras hijas nos tuvieron una total confianza durante esas horas fatales, decidimos también confiar en que mis padres lograrían llegar hasta nosotros. Sólo más tarde, por la noche, supe lo que les había sucedido ese día. A cuántas personas ayudaron a salvarse y qué valentía mostraron en su tortuosa ruta hacia Najal Oz.


Primero llegaron al cercano kibutz Mefalsim. Vieron cuerpos y autos quemados en el camino. De pronto, aparecieron frente a ellos chicas y chicos que pudieron milagrosamente escapar de los terroristas de Hamas que atacaron el Festival de música por la paz que había tenido lugar en los campos del kibutz Be'eri. Fueron evacuándolos hacia el norte y luego volvieron hacia Najal Oz. Allí, mi padre se encontró con un grupo de soldados parados ociosamente en el camino, esperando instrucciones. Según él me dijo, no sabían qué era lo que tenían que hacer como resultado de la falta de comunicación con los niveles superiores de mando. Uno de los soldados accedió ir con él a Najal Oz. Mi madre se quedó en Mefalsim.


Cerca de la entrada a Najal Oz, vieron un gran incendio en el que quedó atrapada una unidad de combate que se dirigía al kibutz. Mi padre y Avi, el soldado que lo acompañó, saltaron del coche, se unieron a los combatientes y ayudaron a aniquilar a los terroristas. Luego cargaron a dos heridos del incidente en su vehículo y regresaron a Mefalsim. Allí y en ese momento, mis padres decidieron separarse para que mi madre evacuara a los heridos a Ashkelon, mientras mi padre intentaba nuevamente llegar hasta nosotros. Esta vez se le unió el Mayor General retirado Israel Ziv y el exjefe de Estado Mayor adjunto Yair Golan. También ellos, al igual que mi padre, llegaron por su cuenta a la zona atacada en cuanto se enteraron de las noticias. Los tres Generales, retirados ya hacía años, consiguieron hacerse de algo de equipo militar y salieron con el resto de los soldados a tratar de salvar vidas.


A la entrada de Najal Oz, se encontraron con fuerzas de las unidades “Maglan” y una patrulla de paracaidistas, que dividieron la superficie del kibutz entre ellos con el propósito de rastrear y limpiar de terroristas toda la zona. Mi padre se unió a un grupo combatiente de Maglan y comenzaron a ir casa por casa, liquidaron a por lo menos seis terroristas y lograron sacar de sus refugios a docenas de personas después de casi diez horas de encierro e incertidumbre. Algunos vecinos y amigos nuestros se sorprendieron al reconocer al "padre de Amir" junto con los soldados en servicio activo que vinieron a rescatarlos. Nos enviaron mensajes para avisarnos, pero nuestros teléfonos ya estaban descargados. La única pista que teníamos de que el ejército se estaba acercando eran los disparos, que se escuchaban perfectamente desde dentro del refugio, cada vez que los soldados se topaban con Hamás.


La última hora fue la más difícil de todas. Estaba oscuro, el aire se agotaba y las niñas pedían salir con mayor frecuencia. Lo único que las mantenía en silencio era nuestra promesa de que el abuelo estaba en camino. Alrededor de las cuatro, hubo un golpe en la ventana de hierro, seguido de una voz familiar. Galia dijo de inmediato: "El abuelo ha llegado". Por primera vez desde la mañana, todos lloramos a raudales.


"Fuera de casa vimos cinco cuerpos de terroristas en el suelo; uno de ellos cargaba un lanzacohetes RPG. La muerte había estado más cerca nuestro de lo que pensamos incluso en los momentos más terribles."

Durante las horas siguientes, nuestra casa se convirtió en una sede del comando de batalla. Los soldados entraban y salían trayendo a vecinos heridos, familias cuyas puertas fueron destruidas durante las búsquedas y personas mayores que pedían no ser dejados solos. Pero la alegría fue pasajera. Con cada nueva familia que entraba escuchábamos más sobre el dolor, el horror y la angustia que habían padecido. Muertos, desaparecidos, heridos. La magnitud de nuestro desastre, el de las comunidades vecinas y la del Estado de Israel en general, se hacía cada vez más evidente.


Fuera de casa vimos cinco cuerpos de terroristas en el suelo; uno de ellos cargaba un lanzacohetes RPG. La muerte había estado más cerca nuestro de lo que pensamos incluso en los momentos más terribles.


Cuando preparamos con uno de los vecinos la cena para 12 niños, aún no éramos conscientes de toda la masacre vivida. Empezamos a asimilar lo que había pasado sólo más tarde, en medio de la noche, cuando un autobús evacuó a los sobrevivientes lejos de la frontera.


Najal Oz ya se había convertido en un mito para Israel tras la caída de Roi Rothberg en 1956 y el famoso discurso que pronunció Moshe Dayan junto a su tumba. Allí llamó a nuestro kibutz un símbolo de resistencia y determinación para lograr un objetivo. Para nosotros, era simplemente un hogar; un lugar protegido, amado y acogedor con las personas que más queremos en el mundo. Justamente el jueves, dos días antes del desastre, unos amigos de la zona céntrica del país vinieron a visitarnos y se enamoraron de los espacios verdes.


Pero por esta guerra, algo muy fuerte se quebró. El contrato entre nosotros y el Estado de Israel estaba claro: nuestro rol es cuidar la frontera y el estado nos cuida a nosotros. Hicimos nuestra parte valientemente. Para demasiados vecinos y amigos muy queridos, el Sábado Negro del 7 de octubre de 2023 el Estado de Israel no cumplió su parte en el pacto con nosotros.



Amir T.

bottom of page