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Testimonio de sobrevivientes

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Vimos la muerte de cerca; podíamos mirarla a los ojos

  • Anonymous soldier's story

Nuestros amigos se desplomaron ante nuestros ojos, en nuestros propios brazos

A las 6:30 de la mañana, estaba durmiendo como el resto de Israel. De pronto escuché unos estruendos. Estaba segura de que estaba soñando. Nos quedamos en el refugio durante unos quince minutos y las explosiones simplemente no paraban. Estaba ensordecida y mareada, temblaba y apenas si podía hablar. Mi madre me llamó por teléfono y me escuchó llorar sin parar; le estaba diciendo que había misiles. Le dije que hasta en la última operación militar no había sido así. La tierra temblaba y pensé mucho sobre lo que podría ocurrir. Recibimos luego una llamada de la sede central del Comando: “tenemos una incursión terrorista masiva desde varias direcciones, corran inmediatamente a la sede central”.


No estábamos seguras de qué debíamos hacer; si quedarnos protegidas o correr hacia el comando con una mínima posibilidad de sobrevivir; también podría un misil alcanzarnos en el camino. Decidimos correr, nos resultaba increíble que fuera esta la situación en la que estábamos. Era como una película. A pesar de que nos preparamos para una incursión toda la vida, nadie pensó que alguna vez esto sucedería. Colgué el teléfono a mi madre y empecé a correr, esperando que un cohete no cayera sobre nosotras y nos hiciera volar. Estaban tan cerca que sonaba como si cayeran junto a mí o incluso sobre mí. Llegamos a la sede del Comando. Todas las chicas gritaban y lloraban: cayeron en la cuenta de que habían capturado a casi todas nuestras guardias.


"Empezaron a entrar heridos, uno tras otro, sin pausa. Fue una película de terror. "

No pude encontrar a una de mis amigas y me di cuenta de que se había quedado sola en los dormitorios. No contestaba mi llamada y no tenía forma de llegar a ella. Suplicamos que nos dijeran qué estaba pasando y finalmente nos dijeron que los terroristas habían logrado entrar a la base. Lo vi todo negro; estaba segura de que era mi fin. No podía respirar, tenía la garganta seca, el estómago revuelto y la cabeza aún más. Escuchamos disparos, gente cayendo, gritos. Rezábamos. Eso era lo único que nos mantenía en pie. Amigos nuestros que estuvieron con nosotras la noche anterior entraron con esquirlas de bala y granada en el cuerpo, cubiertos de sangre.


Empezaron a entrar heridos, uno tras otro, sin pausa. Fue una película de terror. La sede del Comando empezó a llenarse de heridos. Yo miraba y realmente no entendía cómo podía estar pasando lo que pasaba. Fue un caos total. Había gritos e incluso una mujer con un bebé, propiamente dentro de la sala del Comando. El batallón 51 luchó por nosotras con sus últimas fuerzas luego de ver morir a sus compañeros frente a ellos. Nos tomaron por sorpresa.


Ayudamos tanto como pudimos. Nuestros amigos se desplomaron ante nuestros ojos, en nuestros brazos. Poco a poco nos dimos cuenta de que los compañeros no volverían. De repente, una amiga que se había quedado en los dormitorios entró y dijo que, exactamente dos minutos después de que saliéramos del refugio, los terroristas entraron en la residencia. Escuchó todo: que estaban forzando las puertas de las habitaciones, robando, liquidando a nuestros amigos de la base con granadas o disparándoles.


Incluso uno de los terroristas entró en mi habitación y se encerró adentro. Nos escondimos debajo de las mesas, algunas en armarios y otras auxiliaron a los heridos. La electricidad se cortó por completo y el generador no ayudó en nada. Las puertas estaban abiertas y los terroristas aún circulaban afuera. Repartimos los últimos litros de agua en pequeños sorbos entre nosotras.


Nos dijeron que los terroristas estaban en el techo, arriba nuestro, y que ya no había más fuerzas de las nuestras afuera. Nos quedamos con siete soldados, seguras de que no saldríamos de allí con vida. Esos soldados entraron uno tras otro, gritando que toda su unidad había desaparecido, que no quedaban más de ellos y que no había nadie que pudiera asegurarnos ayuda.


Imploramos que nos sacaran de allí. Luego empezaron a llegar algunas unidades del ejército y respiramos ya un poco más. Finalmente, nos dijeron que venían a rescatarnos. Nunca olvidaré esos siete minutos hasta el autobús: los cuerpos que intentaban ocultarnos, los disparos de fondo y la oscuridad total. Tuvimos que guardar silencio, todas juntas y seguir corriendo.


Anónimo.



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